Irlanda: otro mundo
27 de marzo, 2005
Luis Rubio
Naci贸n excepcionalmente dotada de recursos, due帽a de una naturaleza que invita a considerar el valor de la vida y una estrategia de desarrollo que le ha permitido pasar de ser el hermano pobre de la Uni贸n Europea a uno de los m谩s ricos en menos de una generaci贸n, Irlanda ilustra lo que es posible cuando se alinean las fuerzas pol铆ticas para tomar decisiones que abren oportunidades y transforman a un pa铆s. Para los mexicanos, Irlanda es un pa铆s envidiable pero menos por lo que ha hecho que por la s煤bita explosi贸n de su energ铆a productiva, luego de d茅cadas de somnolencia. Como dir铆a el anuncio, se pusieron las pilas y el resultado es impactante.
Irlanda tuvo dos etapas muy distintas y contrastantes antes de iniciar el espectacular boom de las 煤ltimas dos d茅cadas. Primero se pas贸 m谩s de un siglo expulsando a su poblaci贸n, la mayor parte de la cual acab贸 sirviendo de mano de obra barata, particularmente en la industria de la construcci贸n, en el noreste estadounidense. La mayor parte de esos irlandeses salieron de su pa铆s con la esperanza de hacer dinero y, eventualmente, regresar a la isla. Como tantos mexicanos que se han ido al otro lado, los irlandeses pronto se arraigaron y, conscientes de la falta de trabajo y oportunidades en su pa铆s, acabaron instal谩ndose definitivamente en Estados Unidos. Algunos, los menos, retornaron ya para retirarse, creando la ir贸nica situaci贸n de un pa铆s que nunca se benefici贸 de las capacidades productivas de esa poblaci贸n, pero que ahora ten铆a que lidiar con los costos de su vejez.
Con la creaci贸n de la Comunidad Europea, a los irlandeses, como a tantas otras poblaciones del continente, se les iluminaron los ojos. Ya para entonces, al inicio de los setenta, los forjadores de la Comunidad Europea del Carb贸n y del Acero, el primer antecedente de la Uni贸n Europea, llevaban m谩s de veinte a帽os d谩ndole forma a una estructura supranacional que le diera un nuevo rumbo econ贸mico y pol铆tico a la regi贸n occidental del continente. Los primeros integrantes del grupo, Alemania, Francia, Italia y el Benelux (B茅lgica, Holanda y Luxemburgo), hab铆an encontrado en la Comunidad la oportunidad de estrechar v铆nculos comerciales y econ贸micos, adem谩s de concentrarse en lo importante, el desarrollo econ贸mico, en lugar de seguir ahondando diferencias que hab铆an llevado al continente a transitar de guerra en guerra a lo largo de los siglos. Para cuando Irlanda se incorpora (junto con el Reino Unido y Dinamarca), la idea central ya no era formar un nuevo mundo, sino sumarse a un esquema de oportunidades para el desarrollo econ贸mico.
Mientras que todas las naciones que a esa fecha formaban parte de la entonces llamada Comunidad Econ贸mica Europea hab铆an realizado ajustes a sus econom铆as para poder elevar su nivel de desarrollo, los irlandeses percibieron la oportunidad, negociaron su entrada y luego, en un estilo que recuerda mucho a M茅xico despu茅s de finalizar la negociaci贸n y aprobaci贸n del TLC norteamericano, se echaron a dormir. En lugar de dedicarse a transformar su econom铆a, adecuar sus estructuras e instituciones legales y econ贸micas, adem谩s de establecer un plan de desarrollo compatible con la nueva realidad europea, Irlanda mal utiliz贸 los fondos estructurales que recibi贸 de la Comunidad (subsidios que los otros europeos han aportado a cada nuevo integrante para elevar su nivel de vida con celeridad y as铆 ampliar el mercado para todos). Tampoco se construy贸 la infraestructura que se requer铆a ni se prepar贸 a la poblaci贸n para la competencia. Por quince a帽os, entre 1973 y 1988, los irlandeses perdieron el tiempo. Al final de ese periodo, el ingreso per c谩pita de los irlandeses segu铆a siendo cercano al 75% del promedio europeo. S贸lo para comparar, en sus primeros quince a帽os como miembro de la Comunidad, Espa帽a elev贸 su ingreso por habitante en casi diez puntos respecto al promedio europeo. Por donde uno le busque, Irlanda no hab铆a sabido aprovechar su pertenencia a la Comunidad.
De pronto, en 1988, los irlandeses se vieron en el espejo y se percataron de lo obvio: su pa铆s se estaba rezagando no por causa de una conspiraci贸n del resto o porque el pasado fuera sagrado, ni porque las importaciones desplazaran a sus productores locales o porque faltara capital u oportunidades de inversi贸n o exportaci贸n, sino simple y llanamente porque ellos mismos estaban inertes. S煤bitamente, en parte por la existencia de un liderazgo pol铆tico efectivo, pero en mucho por el reconocimiento generalizado de que no era posible seguir sin hacer nada, los irlandeses se organizaron, transformaron sus estructuras institucionales y, en el curso de unos meses, construyeron los cimientos de lo que acabar铆a siendo la econom铆a europea de m谩s r谩pido crecimiento. Hoy en d铆a, diecis茅is a帽os despu茅s, Irlanda tiene un ingreso per c谩pita superior al promedio europeo y, de sostener su tasa de crecimiento, va a convertirse en uno de los hermanos m谩s ricos de la Uni贸n Europea, como se denomina hoy la agrupaci贸n.
Irlanda demuestra que las limitantes no son econ贸micas, sino mentales y pol铆ticas. Una vez que estuvieron dispuestos a enfrentar sus carencias y a organizarse para aprovechar su potencial, las oportunidades econ贸micas se abrieron casi por arte de magia. En lo fundamental, los irlandeses reconocieron que la mera membres铆a en la Comunidad no les garantizaba ni un mejor nivel de vida ni una tasa de crecimiento significativa. Es decir, que para progresar ellos mismos deb铆an repensar todas sus instituciones y actuar en consecuencia.
Lo impresionante del 茅xito irland茅s es lo f谩cil que result贸 su resurgimiento. Lo primero que reconocieron fue que el desarrollo no se construye con cemento y varilla, sino con instituciones apropiadas y con una enorme inversi贸n en capital humano. De hecho, fueron cuatro los componentes esenciales del programa que revitaliz贸 la econom铆a irlandesa y que tuvo el efecto no s贸lo de terminar con la expulsi贸n sistem谩tica de su poblaci贸n, sino de motivar el retorno de cientos de miles de compatriotas que ahora ve铆an en su pa铆s las oportunidades que antes simplemente no exist铆an. Los cuatro componentes fueron el marco legal, la ley laboral, el sistema impositivo y la educaci贸n.
Por lo que toca al marco legal, el tenor del cambio tuvo que ver con la eliminaci贸n de todos los obst谩culos que imped铆an la instalaci贸n de empresas nuevas o que obstaculizaban a la inversi贸n extranjera. Se crearon nuevos mecanismos legales para garantizar la propiedad, liberalizaron al sistema financiero y, en una palabra, convirtieron a Irlanda en el pa铆s m谩s amigable para la inversi贸n privada. Es decir, reconocieron lo elemental del desarrollo: que una persona ahorra e invierte si tiene certidumbre y la protecci贸n legal para hacerlo. Lo anterior les llev贸 a abandonar toda noci贸n paternalista del desarrollo, dejando en manos de los individuos el liderazgo del desarrollo.
La ley laboral irlandesa hab铆a sido formulada bajo un esquema de protecci贸n ad hominem del trabajador, al grado de hacer imposible su contrataci贸n. Los costos de emplear a una persona eran tan altos que el efecto de una ley concebida para proteger al trabajador acab贸 con las oportunidades de empleo. 驴Para qu茅 invertir en Irlanda si los costos laborales hacen imposible construir una empresa econ贸micamente viable? Con el cambio en la ley laboral, los irlandeses apostaron a que la acelerada creaci贸n de empleos resolver铆a m谩s problemas sociales y econ贸micos que una ley laboral tan completa que de facto hac铆a imposible el crecimiento econ贸mico.
El cambio m谩s radical que emprendi贸 el gobierno irland茅s tuvo que ver con la pol铆tica de impuestos. Hasta 1988, Irlanda contaba con una legislaci贸n fiscal fundada en el principio de que los impuestos son para financiar el gasto del gobierno. Pronto invirti贸 la l贸gica de manera radical: los impuestos deb铆an estar dise帽ados para promover la inversi贸n, pues un monto mayor de inversi贸n arrojar铆a ingresos muy superiores que un impuesto alto sobre poca inversi贸n. Hoy en d铆a, Irlanda tiene un impuesto corporativo de 12.5%, una de las tasas m谩s bajas del mundo
Finalmente, el secreto 煤ltimo de la transformaci贸n irlandesa consisti贸 en convertir a su poblaci贸n en el factor medular de competitividad. En lugar de invertir en puentes y carreteras, el gobierno reconoci贸 que la esencia del desarrollo resid铆a en la preparaci贸n de su gente, en lo que los economistas llaman el capital humano. Es decir, el gobierno comprendi贸 que la inversi贸n f铆sica, obviamente necesaria, es irrelevante si no existe una poblaci贸n capacitada que la pueda explotar. De esta manera, se dedicaron ingentes recursos a transformar al sistema educativo con el fin de que se elevara la calidad de la formaci贸n de la poblaci贸n y para ofrecerle las habilidades necesarias para competir en el mundo del siglo XXI. No por casualidad Irlanda se anuncia como el pa铆s de los bajos impuestos, una fuerza de trabajo capacitada y flexible y una de las poblaciones m谩s j贸venes y mejor educadas de Europa. Ninguna de esas virtudes era cierta hace s贸lo quince a帽os.
Irlanda ilustra lo mejor del desarrollo. En lugar de dormirse en sus laureles o de lamentarse de lo que no pasa, los irlandeses enfrentaron el reto y ahora, en s贸lo tres lustros, est谩n gozando los dividendos de una estrategia que brilla por su sencillez. El ejemplo irland茅s es tan obvio que bien har铆amos en imitarlo. Pero, como siempre, seguramente lo mejor ser谩 ignorar un ejemplo exitoso como 茅ste. A final de cuentas, es m谩s importante ver para atr谩s y permitir que se siga expulsando a miles de mexicanos al mes, como hac铆an los irlandeses cuando eran pobres, que vernos en el espejo para reconocer que el mundo est谩 saturado de oportunidades a nuestro alcance. Eso hicieron los irlandeses y hoy evidencian, de una manera excepcional, lo que se puede hacer con un poco de sentido com煤n.